martes, 16 de septiembre de 2008

Cuando el grito de alegría se convirtió en grito de dolor


Una campana que no sonó y después !boom! un sonido hueco, vacío que fue secundado por un espectáculo de luces multicolores que reventaban en el cielo.

Morelia se tiñó de rojo el martes 15 de septiembre de 2008. Nunca pensé formar parte de un evento que trágicamente será recordado como una de los hechos más condenables y delesnables en la historia contemporánea en la capital del estado. Desde niña, tengo miedo a las multitudes, no me gusta el contacto con desconocidos, por eso jamás tuve atracción por ir a las concentraciones masivas de los festejos patrios. Mi idea de la celebración del 15 de septiembre siempre ha tenido que ver más con la compañía entre amigos para comer pozole y usar adornos tricolor. El plan ya estaba hecho, iría a casa de un amigo (quien dejó en claro que no se trataba de una celebración "mexicana"). Poco después de las 3 de la tarde, mi jefa me dio la instrucción de que al regresar mi tiempo para comer, iríamos a Palacio de Gobierno. Mi misión, entregar las acreditaciones para los reporteros que acuden a cubrir el acto protocolario. Salí de la oficina y ocupé casi dos horas en irme a peinar, tal vez algo vano, pero era algo que formaba parte de la celebración; con el poco tiempo que me restaba, y sabiendo que me había volado muchos minutos de mi hora de regreso, me puse un vestido blanco, zapatillas rosa mexicano y un rebozo a tono. Llegué a la oficina e intenté llamar desde mi teléfono celular al anfitrión que me esperaba. Dos intentos fallidos. Al tercero, su voz parecía adormilada, intentaba disculparme por no poder asistir al encuentro con los amigos, pero no pude terminar mi lamentación cuando la llamada se cortó. Dos intentos más. Nada. Minutos después recibí un mensaje de texto "no te preocupes... entiendo :( chamba es chamba".

Sólo tuve que caminar algunos pasos, dar vuelta en la esquina para llegar a la puerta lateral de Palacio de Gobierno; la seguridad era la acostumbrada para ser un evento en el que estará presente el gobernador, nada fuera de lo normal salvo que los paseantes portaban sombreros con la leyenda "Viva México Cabrones" y sendos bigotes postizos. Mi trabajo comenzó cerca de las 8:30 y finalizó poco antes de las 10:00. Al entrar al patio principal, decenas de sillas blancas en derredor de pequeñas mesas circulares altas; en los pasillos, un buffet con antojitos mexicanos mientras los meseros circulaban con bebidas verde, blanco y rojo. La crema y nata de la política, los medios y la sociedad moreliana estaba ahí. Poco antes de las 11:00 horas, los curiosos (y los que querían salir en la foto) se apretaban unos contra otros para poder entrar al salón de gobernadores donde el jefe del Ejecutivo gritaría la arenga tradicional, ondearía la bandera y tocaría la campana, hurras y vivas y se acabó, en el patio principal esperaba una oportunidad para celebrar. Yo, en franca alusión a mi desestimación por esta celebración, preferí no estar en el balcón y verlo desde las pantallas al interior del Palacio. La banda de guerra tocaba acordes marciales. El gobernador salió al balcón. Tocó la campana. Grito la arenga. Volvió a tocar la campana que nunca repicó, como en un esfuerzo de condescendencia, las campanas de las torres de la Catedral sonaron. Un sonido hueco y estruendoso !boom! y los fuegos artificiales tronando en el cielo. De pronto, se cortó la transmisión, "algo pasó", comentó con ese olfato periodístico que sólo la experiencia y la pasión que se trae en las venas puede dar, una de mis compañeras. Aún así, descendimos tranquilamente por las escaleras hasta llegar al patio y esperar que bajara la comitiva. Personal de seguridad bajó discretamente pero veloz hacia la puerta principal, de manera casi imperceptible se activaron las frecuencias de radio, definitivamente "algo pasó". Los acordes de Juan Colorado dejaron de sonar mientras en el cielo continuaban las luces multicolores. Los periodistas se aglutinaron y comenzaron los primeros reportes a los medios desde sus teléfonos celulares, la red se saturó y dificultaba más la comunicación. Tensa calma e incredulidad. La primera versión es que un fuego pirotécnico había implosionado y había matado a una persona. A partir de ese momento, movimientos discretos de los guardias de seguridad, mientras permanecía reunido el gobernador con su equipo más cercano recibiendo reportes. Conforme pasaban los minutos el temor se iba acrecentando con los sonidos de las ambulancias cada vez más constantes y más cercanos. Con la puerta cerrada, estábamos en una especie de realidad paralela, en un lugar de no pasa nada, mientra afuera el terror y la desesperación se hacían presentes.

Los fotógrafos y camarógrafos, famosos por su sagacidad y estómago fuerte, regresaban pálidos y temblorosos, sin palabras para describir la tragedia. El pasillo se diluía en una cortina de humo de cigarro y las muestras de solidaridad y compasión por la humanidad se hacían presentes. Poco importó que los muros que sirvieron como lienzo para que el artista plástico michoacano más importante del siglo XX, Alfredo Zalce, estén considerados como patrimonio del Estado, fueran el soporte para las almas abatidas por la perversidad.

Las horas pasaron tan rápido y tan lento al ver el temor y la incertidumbre reflejados en las pupilas de quienes ya lo han visto todo. Erizaba la piel escuchar como trataban de recordar sin recordar como volaron los cuerpos al tiempo de la explosión, simbrarse con el grito agudo de la histeria colectiva y ser testigos maniatados de un suceso que marcó sus vidas para siempre.

Morelia se tiño de rojo y estamos dolidos.

0 comentarios :